¿Cómo ha empezado julio?
Para mí empezó con una conversación de coaching en directo delante de diez personas, que fue un éxito para mí, un gran logro. Ahora soy coach. Tengo que ver cómo lo gestiono y combino con el trabajo, la vida y la maternidad. Si te interesa o sabes de alguien que necesite un acompañamiento en algún reto de su vida, dale mi contacto. Dijo el director de la escuela el último día: “Formamos parte de algo más grande que nosotros”. Eso quiero: Formar parte de algo más grande. Crear impacto. Dejar un legado.
Mi hijo cumplió tres años y lo celebramos en familia, como estaba previsto. El imprevisto fue su gastroenteritis que ya ha llegado también a mi cuerpo y espero que no se propague mucho más… tú planeas la vida y la vida ya hace otros planes por ti.
Aprovechando la tarde de ayer, dado que no podía hacer mucho más que estar tumbada por la fatiga extrema, terminé el libro El descontento, de Beatriz Serrano. En junio fui a la feria del libro de Madrid y visité la caseta de Olavide Bar de libros. Vi el libro y cuando lo iba a pagar me dijeron que en unos minutos llegaría Beatriz y lo podría llevar firmado. De repente, apareció en la puerta de atrás, y amablemente me lo firmó y accedió a hacerse una foto conmigo. Primero pregunté si había cola, pero la primera chica me sonrió, como dejándome pasar delante de todos. ¿Casualidad? Las casualidades no existen, dicen por ahí.
El libro habla de la vida de una creativa de marketing en Madrid y por alguna razón, ha descrito momentos de mi vida, en estos casi dieciséis años que llevo en esta ciudad, con mis seis años de auditora y diez de departamento financiero.
Os dejo mis frases favoritas del libro:
“Llevo ocho años haciendo lo mismo y sé que no sirve para nada. Sé que el mundo sería un lugar mejor si trabajos como el mío no existieran.
Estamos a finales de agosto y vengo a la Oficina para gastar menos en aire acondicionado.
Me gusta el mes de agosto en la ciudad porque no hay nadie. La marquesina del autobús que hay justo en la puerta de la oficina marca 37 grados.
Pedir pizzas para cenar.
Utilizaban la hora de la comida para seguir hablando de temas laborales.
Ocupar ocho horas de lunes a viernes en una tarea alienante e insatisfactoria, rodeada de gente con la que me veía forzada a tener conversaciones infructuosas y aburridas, con todos aquellos absurdos lugares comunes sobre hipotecas o plazas de garaje o las palabras que dicen mal sus hijos o la última serie que habían visto en Netflix. Todo ese tiempo regalado a otros en vez de estar en mi casa leyendo.
Pienso en el poco sentido que tiene la vida humana, en lo efímero del placer, en los pocos momentos de gozo y disfrute plenos que encontramos en nuestro día a día, antes de que salte sobre ellos la retahíla de preocupaciones más vulgares: la revisión de la caldera, el email sin responder en la bandeja de entrada, la reunión de la próxima semana. Pienso en la culpa siempre acechando.
No comprendo que deseen pasar más tiempo con otros compañeros de trabajo antes que con sus familias, sus amigos, sus ligues o consigo mismos. Quizás les aterra demasiado esta última opción. O tal vez ellos también estén fingiendo, quién sabe por qué.
Pasa un día y luego otro y luego el fin de semana y luego otra vez vuelta a empezar.
Detesto la dinámica de las reuniones. Creo que hay gente que las disfruta porque sabe que, en el fondo, son una manera de no sentarte frente al ordenador y trabajar. Y creo que otras personas utilizan las reuniones como baños de autoestima para sentirse importantes.
El desasosiego de la clase trabajadora, la infelicidad constante a pesar de cumplir con las expectativas de hacer lo que se supone que uno debe hacer y, sin embargo, no tener nunca una Sensación de plenitud.
A nadie le importó mi salud, tan solo les importó saber cuándo iba a volver y qué iba a dejar sin hacer mientras tanto.
Paso de puntillas sobre la última reunión programada para hoy, que podría haber sido perfectamente un correo electrónico.
Antes solía comer en la oficina, hasta que me di cuenta de que pasar una hora charlando con un grupo de gente con la que solo tenía en común haber superado el mismo proceso de selección hacía que mi batería interna se quedase al 5%.
Estar en un mando intermedio consiste en empezar las cosas, delegarlas y luego supervisarlas.
¿Por qué todo el mundo tiene siempre tanto interés en conocer los trabajos de la gente?”
En un rato me voy a la piscina. Me gusta Madrid con sus tardes de piscina bajo su cielo azul.
Feliz semana.