Hoy mi hijo cumple dos años. Podría hacer una reflexión de lo maravilloso de la maternidad, pero sería irreal, simple postureo en redes sociales, así que le escribiré una carta honestamente sobre cómo lo estoy viviendo para que la lea cuando sea mayor y por si a alguien le aporta, le remueve, le ayuda.
Hoy hace dos años que naciste, casi tres desde que empezaste a existir en mi útero, algunos años más desde que imaginaba lo que sería ser madre. Me preguntan qué tal llevo la maternidad. Regular. Es el estado de mayor contradicción de mi vida. Mi cerebro ordenado, racional, ha dado paso a uno distinto con la amígdala secuestrada.
Creía que mi época de mayor estrés había sido durante mis seis años de auditora de cuentas, aquellos tiempos de jornadas maratonianas, sin dormir, sin respirar. Nada que ver. Ser madre es vivir con una subida de cortisol y adrenalina constantes que sólo la oxitocina puede salvar. Ser madre con enfermedad autoinmune es un cataclismo, un alud de culpa y frustración a punto de desprenderse sobre mí cada día.
Nadie me había contado que vuelven los recuerdos de la infancia propia. Que ser madre sirve para sanarse a una misma. Que la empatía con tu propia madre es una hostia de realidad. La cura de humildad que supone convertirse en madre y dejar de juzgar a todas las madres del mundo. Lo dicen las del perfil de Instagram de La vida madre “Yo era mejor madre antes de serlo”.
Nadie habla de lo negativo. De la lucha contra la mente. De la soledad. De la pesadumbre. De lo difícil que es también convertirse en un padre que quiere ser corresponsable. De que la pareja muere si no hay un equipo unido en la crianza de un pequeño ser común.
A los pensamientos intrusivos, a las fobias, se une un estado de misticismo, de creer en los milagros, de ver nacer a una criatura y darnos cuenta de que somos tan efímeros y tan insignificantes en el amplio Universo que casi todo es relativo y poco importante.
Ser madre es volver a entender que lo sencillo es lo que importa: el tiempo libre para compartir con las personas que más quieres. El saber que estamos de paso y el agradecer cada día que la vida nos regala estar juntos.
Ser madre es vivir momentos de absoluta euforia y felicidad y al instante estar sufriendo un ataque de pánico.
Ser madre es tan difícil que han sido dos años muy largos. Las noches sin dormir pasan mucha factura. La falta de salud con una persona a cargo es durísima.
Hoy hace dos años que naciste y te veo corriendo, saltando, riendo, cogiendo un plátano tú solito y quitando la piel para comerlo. Beber de un vaso de agua, comer un yogur con una cuchara. Venir a abrazarme y apoyar tu cabeza en mi hombro. Pedirme que me quede contigo leyendo un cuento. Aplaudiendo cuando te proponemos ir a comer un helado. Diciendo tus primeras palabras. Eres un niño sano y espero que feliz.
Ojalá nos queden muchos años más para disfrutarnos. Ojalá recuerdes a tu madre como alguien que, a pesar de todo, intentó ser feliz el mayor tiempo posible y que intentó aprender a ser la mejor madre para ti.
Wow. Qué maravilla este acto de sinceridad. No he sido madre por elección, pero os admiro profundamente. Creo que no hay sacrificio y renuncia más grande, que la de elegir dar tu vida por la de otra persona. Y eso es lo que hacéis durante varios años.
Luego está el debate de si las que no somos madres somos más egoístas, cosa que tampoco lo creo a pie juntillas. He escogido cuidar de mí, y hacer de mi una mujer de provecho, y estar pendiente de los que me rodean, y eso ya me tiene muy entretenida. Tanto unas mujeres como las otras, somos proporcionadoras de Vida: unas dais a luz y otras buscamos la Luz.
¡Qué bonito escribes! Parece que siempre lo haces con el corazón y con una sinceridad muy cruda y tierna. Una sinceridad que a veces extraño en los libros que leo. Estoy segura de que tu versión de la maternidad cuadraría mucho con la las madres que me rodean. El día que tu hijo lo lea, seguro que lo hará con una sonrisa de oreja a oreja.